¿A quién no le resulta familiar esa escena de pareja en la que el ambiente está claramente enrarecido y uno pregunta: “Te pasa algo?” Y el otro contesta: “No, no me pasa nada, qué me va a pasar”.  Y en un segundo intento: “¿Seguro que no?”, obtiene por respuesta: “No lo sé, dímelo tú, ¿me tendría que pasar algo?”. Quien más quien menos ha protagonizado, participado o sido testigo de esta manida representación en la relación de una pareja. Hay un relato de Dorothy Parker que me gustaría compartir con vosotras/os porque ejemplifica a la perfección el intercambio del que hablamos. He aquí un extracto:

(…)

–          ¿Qué pasa? – preguntó él.

–          Nada – contestó ella -. ¿Por qué?

–          Te has comportado de un modo raro durante toda la tarde. Apenas me has dirigido la palabra desde que he llegado.

–          Siento muchísimo que no te hayas divertido. Por el amor de Dios, no te sientas obligado a quedarte y aburrirte. Estoy segura de que hay millones de lugares donde podrías divertirte más. Lo único que siento es no haberlo sabido antes. Cuando me dijiste que vendrías esta tarde, cancelé varias citas para ir al teatro y a otros sitios. Pero eso no cambia nada. Prefiero que te vayas y te diviertas. No es muy agradable estar aquí sentada y sentir que estás aburriendo mortalmente a alguien.

–          ¡No me aburro! – exclamó él -. ¡No quiero irme a ningún sitio! Vamos, cariño, dime qué pasa, por favor.

–          No tengo la menor idea de qué estás hablando – dijo ella -. No pasa nada de nada, no sé a qué te refieres.

–          Sí, lo sabes. Pasa algo. ¿Se trata de algo que yo he hecho o algo parecido?

–          Dios mío, no es asunto mío lo que hagas. Ni se me pasa por la cabeza que tenga el menor derecho a criticarte.

–          ¿Quieres dejar de hablar así, por favor?

–          ¿Cómo hablo?

–          Ya lo sabes. Igual que como me hablabas por teléfono. Cuando te he llamado, estabas de unos morros que me daba miedo hablar contigo.

–          Perdona, ¿cómo has dicho que estaba?

–          Bueno, lo siento. No quería decir eso. Estoy hecho un lío.

–          ¿Sabes? No estoy acostumbrada a semejante modo de hablar. En la vida me habían dicho algo parecido. (…)

“Los sexos. Dorothy Parker”

 

Continúan un buen rato con este juego hasta que, al fin, en la conversación sale a la luz el asunto por el que ella está profundamente molesta y en cuestión de cinco frases lo dejan solucionado.

Este estilo de comunicación pasivo-agresivo es una de las grandes lacras en las relaciones, no sólo de pareja sino en cualquier tipo de interacción bien sea laboral, amistosa o familiar. De hecho, es en la familia en cuyo seno suelen gestarse estos estilos de comunicación, donde se presencian como dinámica habitual y de los que se acaba siendo partícipe de una manera inconsciente.

El presente tipo de comunicación es especialmente nocivo porque deja desarmado al que la recibe. Por una parte, tiene que lidiar con su propia duda sobre si en realidad pasa algo o se lo está imaginando. Cuando, de manera muy inteligente, trata de contrastar su duda expresándola, preguntando, recibe por respuesta una negativa. Entonces bien, a parte de la contradicción que se produce entre la percepción del uno y la respuesta del otro, en la propia respuesta puede dejarse ver un no sequé, un queseyó, un algo que te dice que, si tu pareja fuera la reina de corazones, en ese mismo instante exclamaría: “¡Que le corten la cabeza!”.

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Pero claro, como en realidad no pasa nada, no hay nada que solucionar y el uno se queda como Don Quijote de la Mancha, con una precaria armadura luchando contra molinos, como un pobre loco; como en el ejemplo del relato, no sabe muy bien cómo, pero acaba recibiendo por todas partes.

Además, el comunicador pasivo-agresivo tampoco sale tan bien parado como a priori podríamos pensar. Es cierto que de alguna manera se sitúa en una posición ventajosa, pues posee el control de la situación al contar con la información que el otro busca. Juega con esa ventaja utilizando la evasiva, el sarcasmo, la ironía, el silencio… y desconcertando con su actitud a su pareja. Probablemente en su mente, su compañero/a se merezca este castigo y sienta cierto regocijo al suscitar en él/ella sentimientos de culpabilidad y angustia. Y aunque lo más fácil sería juzgar a esta persona como tirana o mezquina, si rascamos un poco más al fondo veremos una gran dificultad para expresar sus propias necesidades y realizar peticiones. O dicho de otra manera, una carencia de habilidades asertivas.

Y, ¿qué hace falta para ser asertivo? Podríamos hablar largo y tendido sobre este tema pero, entre otras cosas, es necesaria la honestidad y con ello la seguridad en uno mismo y en la validez de sus sentimientos. Pongamos un ejemplo en el que la disputa encubierta entre la pareja, a partir de ahora Luis y Eva, viene motivada por los celos de Luis:

Anoche salieron a cenar, se encontraron con otra pareja con la que tomaron unas cañas y él otro chico era muy atractivo. Luis no podía evitar compararse con él y comenzó a sentirse celoso a pesar de que Eva no mostrara un interés especial por el chico. Cuando llegaron a casa, Luis estaba muy callado, raro, pensativo… y Eva se había dado perfecta cuenta de ello. A partir de aquí podríamos presenciar dos situaciones:

A) Eva le pregunta couple-1246304_1920a Luis que qué le pasa y él se muestra irascible. Le contesta que no le pasa nada, que está cansado y no le apetece hablar. Eva insiste al notar que hay algo más que cansancio, pero Luis se va mostrando cada vez más distante y reacio a hablar. Eva se siente frustrada al no poder entender a su pareja y ser incapaz de salvar la distancia entre ellos y acaban levantándose la voz y durmiendo cada uno en una esquina de la cama. Al día siguiente retoman la rutina y el tema queda sin hablar.

B) Eva le pregunta a Luis que qué le pasa y él se muestra algo avergonzado. Ella insiste y se sientan a hablar. Luis le cuenta cómo se ha sentido durante la noche. Le explica a Eva que no ha podido evitar imaginarla con otro hombre más atractivo que él y ello le ha hecho sentir celos. Añade que no tiene nada que reprocharle, que sabe que ese sentimiento ha surgido de su propia inseguridad y que no le gusta sentirse vulnerable. Se quedan hablando sobre ello tomando un cola-cao y se van a la cama juntos.

Este es un ejemplo paradójico, dado que es la seguridad de Luis la que le permite contactar con sus sentimientos de inseguridad y vulnerabilidad y expresárselo honestamente a Eva. El reconocerlos y darles el espacio que se merecen, por vergonzosos o autodestructivos que nos puedan parecer, es el primer paso para trabajarlos. Además, en una dinámica de pareja el no reconocimiento de los mismos habitualmente conlleva un distanciamiento innecesario y un sentimiento de incomprensión por ambas partes.

Uno de los objetivos de la terapia de pareja es tomar conciencia de los estilos de comunicación que se ponen en juego y el impacto que ellos tienen en el funcionamiento del sistema. Los cambios que se generan cuando cambia la manera de comunicarse son prácticamente inmediatos y hacen de la convivencia una tarea mucho más placentera.