Esta reflexión que me dispongo a elaborar surge de la semilla de un libro que, cómo no, llegó a mis manos en el preciso momento en el que lo necesitaba (¡gracias Pedro!). La sabiduría recobrada de Mónica Cavallé es de esas lecturas que da forma a las propias intuiciones, aporta los trazos más finos a los gruesos contornos dibujados en mis bocetos interiores y ofrece una capa de solidez y firmeza a cimientos centrales aunque aún tambaleantes. En líneas generales, el libro nos habla de la filosofía sapiencial, aquella que es pura, indisoluble de la propia experiencia, profundamente personal e íntima y dotada de un claro efecto terapéutico y transformador.

Como psicóloga, siento una sincera gratitud y cercanía hacia los saberes filosóficos que nos anteceden. Recuerdo que, cuando estudié mi licenciatura, la facultad de Psicología en San Sebastián estaba situada (y lo sigue estando) en el mismo edificio que la facultad de Educación, Filosofía y Antropología, sólo separadas por el Aula Magna y la cafetería con las croquetas más ricas del mundo (sin exagerar). La conexión espacial con estas disciplinas me reconfortaba y daba alas a mi imaginación, la cual me ayudaba a vincular lo que iba aprendiendo con conceptos asociados a estas escuelas.

En este sentido, siempre me he vivido como una intrusa, una ladronzuela de piezas de otros puzzles que me ayudaban a completar la imagen del mío. Me viene ahora a la mente una conversación que tuve durante mi transición desde el trabajo por cuenta ajena a la construcción de mi propia aventura. Él me preguntaba qué es lo que iba a hacer, en qué era yo una experta, a lo cual le contesté con mis múltiples intereses. No pareció ser la respuesta correcta.

—Pero ¿qué es lo que más te gusta? ¿en qué eres mejor? —incidió—. Tienes que especializarte.
—Ya… bueno, aún no lo sé. Supongo que ya lo iré encontrando —contesté con poca seguridad en mí y en mi futura especialización.

A día de hoy puedo decir con cierto orgullo y aplastante seguridad que no lo he encontrado y, sobre todo, que no tengo la necesidad de buscar más. Poco a poco voy integrando mi naturaleza curiosa y voy dejando que mi interior vaya definiendo de qué nuevas perspectivas se quiere nutrir. Me sonrío al descubrir que no casarme con ninguna escuela, corriente, método o disciplina está suponiendo para mí el mayor acto de rebeldía. Tengo una mirada psicológica del ser humano y el mundo, sí, pero me nutro de diferentes perspectivas tratando de alcanzar una imagen más completa y verdadera. Y con todo ello, he de confesar que este trabajo está resultando un verdadero esfuerzo y una intención constante y consciente de ocupar el lugar en el cual quiero estar.

Me pregunto si es una experiencia únicamente personal, que tiene que ver con mi historia, o si también otras personas se están encontrando con paredes que les encapsulan en un conocimiento muy específico y les impiden explorar otros campos. Reflexiono sobre si existe actualmente una tendencia social que, inclinando la balanza hacia la especialización, desvaloriza o incluso niega la libre exploración en otros ámbitos fundamentales para el desarrollo de nuestro ser. Porque, ¿de quien es el arte sino de los artistas? ¿De quién la filosofía sino de los filósofos? ¿De quién la psicología sino de los psicólogos? Son preguntas que me formulo y que me constriñen, coartan mi libertad para seguir mis impulsos creativos o para desarrollar mi pensamiento crítico.

Esta inquietud no tiene nada que ver con el acceso a la información pues es obvio que ahora más que nunca tenemos al alcance la mano información sobre las más diversas disciplinas. Está relacionada con algo más profundo: la necesidad de una cultura que aliente el gusto por el saber, la curiosidad, la integración y la búsqueda. Más allá de resolver los problemas presentes en el mundo que habitamos, esta cultura pondría en el centro la curiosidad por conocer y comprender ese mundo (el de dentro y el de fuera).

Además, observo a mi alrededor cada vez más personas que quieren morar de un lugar a otro, cambiar de perspectivas, viajar a diferentes enfoques y trascender la coraza de su identidad. Veo cómo la exploración de otros campos se vive interna y externamente como “apropiación” o “intrusismo” y me parece como si la crisis de fronteras nos hubiera penetrado. No sé dónde está la justa frontera que protege y legitima al especialista y al mismo tiempo es permeable a los exploradores que tienden puentes y polinizan cual abejas enriqueciendo nuestros paisajes.

Me pregunto también si los programas universitarios actuales comprenden esta necesidad y dan una respuesta acorde, o incluso si son las universidades las que deben darlo o han de generarse otros espacios en los que nutrirse de unas cuantas flores sin necesidad de darse el atracón de la primavera mediante un grado o un máster. Y a pesar de las murallas que aún lindan entre unos y otros campos, también veo los avances en esta dirección: estudios que combinan diferentes enfoques, equipos multidisciplinares, esfuerzos por poner en valor la diversidad, etc.

Para hacer frente a la sombra siempre acechante del pensamiento único considero aún más necesaria la contemplación desde diferentes ángulos de un mismo asunto, trátense de disciplinas académicas, metodologías, ideologías o culturas. Y es que paradójicamente sólo al abrirnos a lo diferente somos capaces de encontrar lo común, lo que compartimos y lo que es verdaderamente esencial.


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