Hoy quiero dedicarle este texto con todo mi cariño a La que Sabe, por estar siempre ahí, paciente aunque la olvide, desoiga o contradiga.

La que Sabe vive dentro de mí, no siempre la siento, miro o escucho pero ella no se marcha. Nos hemos visto alguna noche en el transcurso de mis sueños y, aunque ella es discreta y poco amiga de grandilocuencias y aspavientos, yo la he reconocido, sé que es ella. Se ha apropiado de una buhardilla dentro de mi hogar interno y la ha amueblado con un estilo rústico y cálido. Ha llenado las estanterías de libros y le gusta bucear entre sus páginas tumbada sobre una alfombra persa situada en el centro. Yo he visto el lugar asomada por una rendija, escondida tras la puerta… es su rincón y, a decir verdad, no invita a mucha gente ya que es un poco huraña y solitaria.

Físicamente no se puede decir que sea una mujer bella ni todo lo contrario. Tiene el pelo largo, negro y un gesto sobrio, algo inquietante. Su cuerpo es delgado y huesudo y, sin embargo, tiene una sólida fuerza curtida por su contacto con la tierra, el polvo y el sol. A ella, en realidad, le importan tres pepinos lo que piensen los demás sobre su imagen o su manera de actuar. No tiene intención de herir, pero hace lo que tiene que hacer y dice lo que tiene que decir, asumiendo las consecuencias. No siempre es cómoda, ya os digo.

Si bien no es una princesa o un hada, ni una malvada madrastra, quien no la conoce puede confundirla con cualquiera de las dos. Ahora que lo pienso, creo que tardé en conocerla porque hasta hace no tantos años sólo veía esas dos categorías: la princesa, buena, dulce y cándida, o la malvada madrastra, dura, agresiva y despiadada. Fue sólo cuando comencé a ver y aceptar a las princesas malvadas y a las madrastras dulces cuando pude ir acercándome poco a poco a la buhardilla de La que Sabe.

Hace pocos días justamente vino a visitarme. Llevaba varias semanas muy alejada de ella, de su voz y sus mensajes. No encontraba las fuerzas para subir las escaleras y pedir ayuda y simplemente daba vueltas y vueltas sobre mí misma en el sótano. Pero hace un par de noches, fue ella la que bajó. Yo estaba sola en la cama, con los pies congelados y la cabeza a mil revoluciones, de lo cual me sorprendí, ya que mi inmersión al mar de los sueños suele ser fácil y placentera. El caso es que mi díscola mente seguía saltando de un pensamiento a otro cual sapito de piedra en piedra, hasta que topó con un recuerdo doloroso:

Hace unos años me expuse a una situación laboral compleja sin las herramientas necesarias para gestionarla y, aún más importante, sin la conciencia del riesgo que estaba asumiendo. Sin entrar mucho en detalle, os cuento que salí damnificada de aquella experiencia… como si me hubiera tirado de un coche en marcha a una velocidad de 80 km/hora, kilómetro arriba, kilómetro abajo. El hecho fundamental fue que topé con una “malvada madrastra” cuando yo iba por el campo cual “princesa cándida”. Cuanto más malvada era la madrastra, más buena y dulce intentaba ser yo para no merecer su desprecio. Como ya podréis imaginar, no fue una buena estrategia. Pues bien, la cara de esta madrastra vino esa noche a mi mente justo antes de dormirme. Pensé en lo raro de que este recuerdo viniera a mí de repente y me deje llevar, esta vez sí, hacia los brazos de Morfeo.

Al día siguiente me levanté y me dirigí a una reunión importante con una persona que conocía sólo superficialmente. Cuál fue mi sorpresa cuando, sin comerlo ni beberlo, me encontré ante una situación muy similar a la que viví entonces: esta persona lanzando toda su furia contra mí sin la más mínima empatía. Mi cuerpo reaccionó igual que hacía años; tensión muscular, bloqueo de la respiración y hormigueo. Tranquil@s, lo redirigí puesto que ya no soy una cándida princesa… o al menos en ello estamos.

Sólo después de salir de esta reunión, recordé lo que había visto la noche anterior y no pude más que sonreírme… ¡La que Sabe me estaba avisando de lo que estaba por pasar esa mañana! Es curioso porque cuando conocí a esta persona me mostró su mejor cara y yo no esperaba tal reacción iracunda. Sin embargo, La que Sabe no se deja engañar por apariencias ni brillos, ella se da cuenta de todo y así me lo mostró.

Aún así no lo vi venir pero saber que ella está ahí avisándome, guiándome, mostrándome… me hace sentir acompañada, apoyada y tremendamente agradecida. Por todo ello y mucho más, esto es para ti Madre, Abuela, Amiga, Hermana.

Y gracias también a Beatriz Gómez de Mi Plan Be, José Luis Sampedro allá donde esté y Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés porque hoy me han inspirado para escribir y disfrutar haciéndolo.


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