La culpa es uno de los grandes “temazos” dentro de la consulta psicológica e incluso, me atrevería a decir, a lo largo de la vida de cada persona. Si la culpa pudiera materializarse, apuesto a que nos veríamos caminando como presos, arrastrando una pesada bola de acero atada a nuestros pies que frena nuestros pasos y hace que nos sintamos incapaces de alcanzar nuestros objetivos. Es más, el establecimiento de dichos objetivos estará en gran medida determinado por el peso de los grilletes que llevemos: a mayor peso de culpa, previsiblemente menor será la ambición con la que planteemos nuestros objetivos.

El propio Freud dedica su famosa obra “El malestar en la cultura” a hablar sobre el sentimiento de culpa. Analiza cómo, a medida que se produce una mayor sofisticación en la cultura, mayor es la represión que debe realizar la persona sobre sus instintos más primarios y, así, mayor su sentimiento de culpa ante la inadecuación entre lo que uno siente y lo que “debería” sentir para ser un ciudadano de bien. Aquí vemos pues, el efecto disuasorio de la culpa, que nos previene de realizar actos que generarían un profundo malestar en nosotros.

Sin duda, ésta nuestra tradición judeocristiana, ha sido muy consciente de este efecto disuasorio unido a la culpa y lo ha manejado con pasmosa maestría. Mediante la internalización de la consecuencia negativa que acompaña a un acto reprobable, podemos omitir el castigo externo. De esta manera, basta con utilizar la culpa como instrumento de control para modelar el comportamiento en base a unos estándares morales concretos. Es importante ser conscientes de que somos hijos de esta tradición, y con ello arrastramos cierto apego a los sentimientos de culpa.

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Y, ¿hacia dónde nos conducen estos sentimientos de culpa? Pueden guiarnos por dos caminos:

EL PRIMER CAMINO

Este es un sendero por el cual prácticamente todos habremos caminado. Es ese repleto de zarzas, ortigas, maleza, barro, fango, insectos y por el que el espesor vegetal no permite el paso de la luz. Este angosto camino comienza con la culpa y acaba con el bloqueo, pasando por un fuerte sentimiento de victimismo e indefensión. Es un sentimiento centrado es la persona y no en el acto y está fuertemente vinculado a la angustia. De hecho, es habitual que provoque regresiones hacia etapas del desarrollo más inmaduras.

Y, lo más importante, en vez de mover a la acción y generar una reparación, provoca un fuerte sentimiento de incapacidad, victimismo y bloqueo. Podríamos resumirlo en un pensamiento del tipo “lo he hecho mal, soy una mala persona y me merezco todo lo malo que me pase”. Así, no sólo no ayuda a la situación presente, sino que además impregna el futuro con una percepción negativa de uno/a mismo/a y una posición de sumisión y resignación.

1.Culpa – 2.Evaluación – 3.Victimización – 4.Bloqueo

EL SEGUNDO CAMINO

Se trata de un trayecto que, si bien comienza con una serie de vicisitudes, pronto se muestra practicable, ofreciendo retos por delante a los que uno se ve capaz de enfrentar. Parte también de la evaluación de la situación, pero en este caso la atención se enfoca hacia la conducta que ha generado el conflicto. Indudablemente irá acompañada de un sentimiento desagradable, pero no partirá de una herida infantil que nos lleve a la regresión y al bloqueo, sino que hará una llamada a la responsabilidad que, a su vez, podrá generar la reparación del daño. Gracias a la acción, podrá darse paso a un proceso de aprendizaje y de crecimiento personal, a un cambio interno y una experiencia enriquecedora.

1.Culpa – 2.Evaluación – 3.Reparación – 4.Aprendizaje (RESPONSABILIDAD + ACCIÓN)

De esta manera vemos que, ante una situación objetivamente desagradable, nuestra actitud puede desencadenar una experiencia limitadora de autocastigo o una oportunidad de crecimiento, en la que poner en juego nuestra responsabilidad.

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Para terminar, no podía dejar de lanzar una mirada de género a este tema puesto que, como en otras muchas cuestiones, la culpa no afecta igual a hombres y a mujeres. Si el latigazo de la culpa de la moral judeocristiana fue sádico para todos, se cebó aún más con las mujeres. Desde el mito de Adán y Eva, las mujeres hemos sido depositarias de infinidad de bajezas, fallos, vergüenzas y traiciones. Hay una culpa invisible que nos persigue; culpa por existir, por ocupar espacios, por expresar, por pedir, por mostrar, por sobresalir, etc. Una culpa que mide lo que te mereces, lo que puedes coger, a lo que puedes aspirar y que vigila que no excedas el listón.

Nunca es tarde para comenzar a soltar lastre. Haz el ejercicio. Escribe todo aquello que aún hoy te hace sentir culpable y evalúalo desde la responsabilidad. Si aún hay algo que puedas hacer, reparar, aprender, hazlo. Si no lo hay, suéltalo. Suelta la bola y corre hacia donde tú quieras.


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