Basado en el clásico, ¿qué tendrá que ver el tocino con la velocidad?, traigo hoy a colación: ¿qué tendrá que ver el chorizo con el amor? Y en este caso, la respuesta es todo, tiene todo que ver. Seguid leyendo y averiguaréis porqué.
13:00h. Área de servicio en una autopista francesa. Por cierto, qué bien conducen los franceses y qué bien acondicionadas tienen las áreas de descanso. Pero volviendo al tema que nos ocupa… Mi pareja y yo habíamos parado a comer en hora punta y, visto que las todas mesas estaban ocupadas, fichamos un banco bastante decente. Tras varios días de viaje, la bolsa de la comida había aligerado de peso considerablemente y nos iba tocando innovar con fusiones de berberechos y paté… cocina moderna. El caso es que revisando el menú disponible, mi pareja me acerca la barra de pan y me dice: “Cómete tú el chorizo”. Este gesto podría haber pasado desapercibido completamente, una gota insignificante nadando en el mar de la cotidianidad. Sin embargo, algo hizo click en mí y fui capaz de percibir el amor que se escondía detrás de ese gesto; él sabe cuánto me encanta el chorizo y no dudó ni un segundo en cederme el plato estrella. Creedme si os digo que era con notable diferencia la mejor opción.
Podéis llamarme exagerada, pero esta anécdota me hizo reflexionar sobre nuestras expectativas con respecto al amor y a las relaciones de pareja.
Enmarcadas en la sociedad posmoderna, las relaciones de pareja se tornan cada vez más líquidas (siguiendo a Zygmunt Bauman y su teoría del amor líquido), más intensas a la par que frágiles, más rápidas y más intercambiables. Son relaciones de usar y tirar, sujetas a unas demandas generalmente desmedidas y unas expectativas difícilmente sostenibles en el tiempo. Al fin y al cabo, nada puede sorprender eternamente… Tal y como nos explican últimamente, el consumidor está buscando nuevas experiencias que estremezcan sus 5 sentidos. Pues bien, las relaciones amorosas parecen funcionar bajo los mismos parámetros de consumo: me atrae, lo pruebo, me satisface, lo mantengo hasta que me cansa, lo cambio y así sucesivamente.
Hubo un momento en el que confundimos enamoramiento con amor y entendimos que ese subidón de serotonina, dopamina y oxitocina era lo que debíamos sentir cada vez que viéramos a nuestra persona amada. Entendimos también que debíamos sentir un continuo y desenfrenado deseo sexual y que un ligero descenso era inequívoca señal de que algo no andaba bien. En definitiva, nos parecía que las relaciones merecían de nuestra atención y cuidado en tanto en cuanto nos hicieran sentir una intensa emoción de felicidad. Una vez baja la espuma, ¿qué queda? Dos personas reales encontrándose en lo cotidiano, con sus luces y sus sombras y su vulnerabilidad compartida.
Como apuntaba anteriormente, es en la cotidianidad de la pareja donde podemos encontrar tiernos actos de amor y cuidado. Requieren de mayor atención y no ponen nuestro universo patas arriba, pero nos conectan con el otro a un nivel muy profundo y muy humano. La intensidad tiene una doble lectura pues, utilizando una analogía poética, si siempre buscamos el sol, nunca podremos ver las estrellas. Yo fui capaz de ver la estrella en esa área de descanso francesa, en algo tan vulgar y tan cotidiano, como un bocadillo de chorizo.
4 comentarios
pilar · 12/10/2016 a las 14:52
Me encanta. Ojala pudiera llegar a ver la luz y estar en paz para llegar a ese punto. Gracias.
ANA · 12/12/2016 a las 20:31
Tras leer y parándome a pensar: «Cómete tú el chorizo» es lo que cada día que me encuentro con mi pareja me dice. Muy interesante.
Itziar · 12/12/2016 a las 22:07
Gracias Ana, a veces esos pequeños gestos pasan inadvertidos, cuando son lo más importante. Un beso
TOPO · 05/02/2017 a las 08:58
Lo de después del amor, quedan dos personas encontrándose en lo cotidiano… es la rutina, los individualismo, la falta de expectativas.
En mi caso tras 6 meses separados, una respuesta me abrió los ojos…. Tras un viaje de vacaciones a Tenerife….. le pregunté qué volveríamos con el Imserso…. ella me dijo que NO…no se veía conmigo jubilada…..