Atacar, paralizarse o huir son las tres respuestas principales ante el miedo, una de las emociones básicas más presentes y alimentadas socialmente.

Los leones a los que nos enfrentamos a diario, ya no viven en la selva ni son tan fácilmente identificables.  Estos sutiles leones no ponen en juego nuestra integridad física, ni nos rugen enseñando los colmillos. La parte positiva de esto, obviamente, es que nuestras posibilidades de supervivencia son mucho mayores. La no tan positiva, que el hecho de tornarse menos evidentes hace difícil que seamos conscientes de todos los actos y decisiones que tomamos movidos por el miedo. De hecho, existen tanto leones individuales como leones colectivos, que mueven masas hacia ideologías y conductas al servicio de intereses ajenos.

En esta ocasión quiero hablar sobre la organización jerárquica autoritaria como forma institucionalizada del miedo. Sin entrar a valorar los efectos, bondades o perjuicios de este tipo de organización social, pretendo analizar las raíces psicológicas de dicha ordenación:

Partimos del hecho de que el orden reduce la incertidumbre, de manera que cuando se asigna una posición o un rol a una persona, esto conlleva unas expectativas y un margen de acción concreto. Un carácter fundamentalmente marcado por el miedo, tiende a una percepción polarizada excesivamente rígida de sus relaciones y su entorno: blanco o negro, padre o hijo, jefe o subordinado, acusador o culpable, etc.

Podría parecer que es el “sometido” el único movido por el miedo, el que obedece y cumple las normas establecidas, evita tomar decisiones y actúa con pies de plomo ante la posibilidad de equivocarse. No obstante, el “sometedor” responde igualmente a una estructura mental asentada en el miedo y la desconfianza. En este caso, el miedo a la agresión externa le lleva a incorporarla, traduciéndose en la asunción de un rol autoritario que actúa como mecanismo de defensa. En términos de toma de conciencia y desarrollo consecuente, el primer perfil lo tiene más fácil para identificar al miedo como motor de sus actos. En cambio, el segundo se ha forjado una máscara interna y externa más sólida, que hace que la puerta hacia su camino de desarrollo esté más oculta.

Trasladando esta estructura jerárquica a las organizaciones empresariales, nos damos cuenta de lo limitante que resulta el excesivo autoritarismo: el espacio para las nuevas ideas, la creatividad, la innovación y el desarrollo personal y profesional se ven altamente mermados.

Con esto, la capacidad de desarrollo organizacional, la asunción de nuevos retos de negocio y la adaptación a los cambios del entorno queda muy limitada.

En un entorno tan competitivo y cambiante como el actual, una empresa organizada y asentada en el miedo tiene todas las de perder. La confianza en las personas que forman la compañía y el espacio para el desarrollo profesional de cada una de ellas es clave para el éxito. Más nos vale aprender a manejar la incertidumbre y convivir con ella, que burocratizarnos y limitar a nuestra gente buscando la seguridad y predicción.


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