Desde hace unas semanas vengo observando la nueva campaña publicitaria que ha desplegado Uber en la ciudad de Madrid. Lo ha hecho a través de una serie de carteles ubicados, sobre todo, en estaciones de tren, autobús e imagino que aeropuerto, puntos donde es previsible encontrar una buena aglomeración de viajeros, como es lógico. Estos carteles lanzan una serie de mensajes como los siguientes:

“Aquí se esprinta para pillar mesa en una terraza…”

“No es que en Madrid no sepamos hacer fotos, es que siempre vamos rápido…”

“Si pides el café y la cuenta a la vez, eres madrileño…”

“…A los madrileños nos gusta la rapidez. Por eso en Uber hemos reducido los tiempos de espera.”

No voy a entrar a valorar ni el servicio que ofrece Uber ni la campaña. Lo que quiero traer aquí como reflexión es precisamente el contenido del mensaje, el reclamo: “A los madrileños nos gusta la rapidez”. Yo no soy madrileña de origen, pero tras 6 años aquí y los que me quedan, me siento ya hija adoptiva y creo que conozco bien el estilo de vida y costumbres que nos caracterizan. Es por ello que me siento aludida y me permito opinar y, por mucho que me pese, me veo obligada a darle la razón a Uber y rendirme a la evidencia: en Madrid se corre y mucho.

¿Es eso bueno? ¿Es malo? En vez de empezar con moralinas, voy a contaros un secreto que descubrí hace algo más de dos años, coincidiendo con el momento en que decidí dejar mi trabajo y enfrentarme al vacío. De la noche a la mañana pasé de tener todos los días, las semanas, el mes o incluso el año planificado a no tener planes en absoluto. Pasé de tener la obligación de ir a un sitio todos los días a una hora concreta para realizar determinadas funciones a… la nada. Los primeros días aun seguía con la mente totalmente vinculada a los proyectos que ya no gestionaba, todavía me preocupaba por tareas, documentos, facturas, visados… pero afortunadamente esto se fue diluyendo y la nada comenzó a llenar mi vida. Mi ritmo de actividad diario cayó en picado y me encontré de bruces con mucho espacio y, sobre todo, con mucho tiempo.

  • Claro – pensaréis –, todo el tiempo que dedicabas antes a la oficina, los proyectos, los emails… ese es todo el tiempo con el que te encontraste.

Sí, eso pensaba yo también… pero no fue así, nada más lejos de la realidad. Os prometo que mi tiempo se expandió: de pronto los minutos tenían más segundos, las horas más minutos y los días más horas. Cada semana era mucho más larga que aquellas que había estado viviendo durante los últimos tres años y ya comenzaba a mirar el reloj con clara sospecha y desconfianza, intuyendo que aquellos dígitos supuestamente objetivos, se estaban riendo de mí a carcajadas.

  • Hhmmm – pensé –. Esto debe ser de lo que hablaba Einstein, verdaderamente el tiempo es relativo.

Entonces fue cuando me di cuenta de que estaba ganando vida, que algo importante estaba ocurriendo y que tras esta experiencia, nada volvería a ser como antes. Pero volvamos a Uber, a Madrid y conectemos los puntos gracias a Einstein:

La vida corriente, esa que corre entre los dedos. Las prisas, la actividad, los planes, disfrutar, aprovechar, no perderse nada. No sé las veces que he escuchado a amigos, conocidos o pacientes decir lo siguiente:

“Si no hago cosas, siento que estoy perdiendo el tiempo”

¿Os suena de algo? Apuesto a que lo habéis pensado o expresado en más de una ocasión. He aquí la paradoja: nos hemos creído que, cuantas más cosas hagamos, más aprovecharemos el tiempo y más viviremos la vida. Hemos asumido una equivalencia entre el hacer y el vivir y nos hemos dejado el ser fuera de la ecuación. ¡Vaya! ¡Otra vez! Qué despiste… y qué a menudo nos pasa. En muchas ocasiones, al pasar demasiado tiempo en el trabajo, nos sentimos aun más obligadas/os a aprovechar el tiempo de ocio. Pensamos que, ya que trabajamos tanto, que al menos sirva para disfrutar y para invertir lo que ganamos en experiencias. Otras veces es precisamente el vivir en una ciudad grande y saber la infinidad de opciones que nos ofrece, lo que nos incita a encajar toda una serie de planes en el calendario y evitar perder las oportunidades que constantemente emergen. En definitiva, una tiranía hacia nosotras/os mismos/as con una envoltura atractiva y, sobre todo, una trampa que nos lleva a perder tiempo de vida. Cuando planificas tanto, tu mente está muy activa yendo constantemente de un lado a otro y te aleja de verdadero tiempo que no es otro que el que transcurre aquí y ahora.

Si sientes que tu agenda te controla, te recomiendo explorar estos pasos:

1. Coge tu agenda y ábrela. ¿Qué emoción te genera? Esto ya es un indicador

2. Observa cuántos de los compromisos que tienes son elegidos por voluntad propia o impuestos. ¿Hay equilibrio entre ambos bloques?

3. Acepta aquellos que no puedas cambiar, no luches contra ello y dedica la energía que retiras del conflicto hacia el siguiente paso

4. Focalízate en aquellos sobre los que puedas actuar, ¿responden al deber? ¿al placer? ¿cubren tus deseos o los de otras personas? ¿Qué emoción te genera?

5. Permítete soltar al menos uno de los compromisos que responde más al deber que al placer y/o que te genera más rechazo que atracción

6. Bloquea ese tiempo que ha quedado libre para ti, SIN planes, vacío, sin actividades programadas

7. Cuando llegue ese momento (si has conseguido no llenarlo con otra actividad), tómate unos minutos para respirar y observa si aparece alguna emoción. De aparecer cierta angustia o necesidad de hacer algo, sostenlo, aproxímate a ello. Date el permiso de volver a ser niño/a y hacer lo que realmente te apetezca en ese instante. Juega

8. Observa como el tiempo se expande

En el ahora es cuando contactas con tu necesidad presente y a partir de ahí puedes darle una respuesta. La vida planificada no da lugar al silencio mental y, con ello, se hace difícil escucharse y actuar en consecuencia, se hace difícil ser. Recuerda, si no te pierdes nada, posiblemente te estés perdiendo a ti mismo/a. Y por eso, más que una vida corriente yo reivindico una vida paseante para paladear y saborear el ahora y expandir tu vida.


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